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Absolutismo español

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Absolutismo español es una etiqueta de la historiografía y de la ciencia política que se aplica a diferentes contextos históricos y políticos:

La historiografía y el surgimiento del absolutismo

Algunos autores, especialmente los pertenecientes a la historiografía anglosajona, no hacen distinción entre diferentes grados en la formación de la monarquía absoluta y utilizan el término para las monarquías de comienzos de la Edad Moderna o incluso finales de la Edad Media. Ese periodo, que en la historiografía francesa y española se suele denominar Antiguo Régimen, está caracterizado por un incremento de la autoridad de los reyes. Aunque existió algún uso histórico del término (como la expresión poderío real absoluto, utilizada por Enrique III de Castilla -1393- y más frecuentemente por Juan II de Castilla), tal uso reflejaba poco más que la pretensión de los reyes de ser la fuente de la ley, con grandes salvedades y limitaciones. Hasta el siglo XVII no se suele hablar de absolutismo en estas tradiciones historiográficas, utilizándose denominaciones alternativas, como la de monarquía autoritaria. La necesidad de mantener el ejercicio del poder real en pacto con las instituciones de representación estamental (las Cortes) permitió también la definición de estos sistemas políticos como un pactismo.

Austrias y Borbones

De hecho, la Monarquía Hispánica, primero con los Reyes Católicos y luego con los Habsburgo, era muy diferente al concepto de monarquía absoluta de los Borbones tal como se conformó en el reinado de Luis XIV (El Estado soy yo, formulaciones teóricas de Bossuet). La propia concepción del poder de la dinastía austro-borgoñona (incluyendo a la idea imperial de Carlos V) era mucho más respetuosa con las particularidades locales y estamentales, como evidenció la necesidad que tuvo el Conde Duque de Olivares de mostrar al rey Felipe IV lo poderoso que se haría si dejara de ser rey de cada uno de sus reinos y pasara a ser rey de España (según expone en su Gran Memorial de 1624). La reflexión sobre estos asuntos de los intelectuales españoles (especialmente de la Escuela de Salamanca) ha sido interpretada no tanto como una reacción contra un absolutismo nacional, sino como una respuesta a las tendencias protagonizadas por otros países europeos (por ejemplo, el Defensio Fidei de Francisco Suárez).

La monarquía de Felipe V de España, desde 1700 introdujo el absolutismo de origen francés propio de la dinastía Borbón, y la resistencia suscitada provocó que la Guerra de Sucesión fuera para España una verdadera guerra civil, en la que algunos territorios (especialmente Cataluña y Valencia) se caracterizaron por apoyar claramente al candidato Habsburgo. La conformación de un fuerte regalismo frente al papado alcanzó cotas incluso superiores a las obtenidas por el Patronato regio anterior.

Despotismo ilustrado

El despotismo ilustrado en España, por su parte, es una etiqueta historiográfica que se aplica con mayor o menos extensión temporal, pero que suele restringirse a los reinados de la segunda mitad del siglo XVIII (Carlos III y Carlos IV). La aplicación de la etiqueta a la primera mitad del siglo XVIII (reinados de Felipe V y de Fernando VI) es menos usual.

Opuesta a la tendencia ilustrada (también denominada afrancesada, antes de que éste término designara más concretamente a los partidarios de Napoleón), el germen del movimiento político que posteriormente se conocerá como absolutismo español fue la tendencia que se denominaba casticista, representada por clérigos e intelectuales (Fray Diego de Cádiz, Fernando de Ceballos, Lorenzo Hervás y Panduro o Francisco Alvarado -el Filósofo Rancio-) opuestos a las influencias extranjerizantes y anticlericales identificadas con la Enciclopedia francesa y el volterianismo; o concretadas en la política del marqués de Esquilache contra el que se hizo el motín de Esquilache (del que fueron culpados los jesuitas, que fueron expulsados de España). En términos de afinidad a la cultura francesa, tanto "casticistas" como "afrancesados" dependían intelectualmente de la traducción o adaptación de los modelos franceses de cada una de las opciones políticas (más o menos reaccionarios -como el abate Augustin Barruel-, más o menos revolucionarios o bonapartistas). Las polémicas intelectuales fueron frecuentes, como la conocida como Pan y Toros, panfleto del liberal León de Arroyal.

Los absolutistas como grupo político

El grupo político de los absolutistas españoles durante el siglo XIX (desde las Cortes de Cádiz hasta la configuración del carlismo), fue designado de forma peyorativa con el término serviles, especialmente por sus adversarios, los liberales españoles.7 También se utilizaba el término realistas.8 En el debate público entre liberales y absolutistas que se producía en la prensa gaditana y en libelos de contenido político editados en la misma ciudad, destacaron por el lado absolutista Pedro Inguanzo, Francisco Alvarado, motejado el filósofo rancio, y María Manuela López de Ulloa.9 También se han denominado como ultrarrealistas, ultraabsolutistas, o apostólicos (específicamente se recoge un Indulto de 30 de mayo de 1825 en favor de ultra-realistas y apostólicos).

El documento presentado a Fernando VII de España en 1814 por 69 diputados absolutistas de las Cortes de Cádiz (el Manifiesto de los Persas, posiblemente redactado por su primer firmante, Bernardo Mozo de Rosales -Marqués de Mataflorida-, aunque también se ha supuesto la intervención de Juan Pérez Villamil o de Pedro Gómez Labrador), puede considerarse la explicitación del absolutismo español como ideología política. Entre sus representantes estaría la mayor parte del clero de la época: encabezado por Pedro de Quevedo y Quintano (Obispo de Orense e Inquisidor General), que al jurar la Constitución de Cádiz lo hizo acompañando el juramento de tales protestas que fue sancionado duramente por ello.

Otros destacados absolutistas fueron el obispo Víctor Damián Sáez (confesor del rey), el canónigo Juan Escóiquiz, los militares Francisco Javier Castaños, Luis Rebolledo de Palafox (hermano del general Palafox destacado en los sitios de Zaragoza, pero de orientación política opuesta), Luis Fernández de Córdova (que realizó un intento fracasado de sublevación militar durante el Trienio Liberal y volvió a España con la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis), Francisco Chaperón, Vicente González Moreno, Francisco de Eguía y Nazario Eguía o el aristócrata Francisco Tadeo Calomarde (duque de Santa Isabel).

En 1823 se creó el Cuerpo de Voluntarios Realistas, que tres años más tarde contaba con 200.000 miembros, aunque sólo la mitad encuadrado en unidades militares.

En Madrid se hizo famosa María de la Trinidad (Tía Cotilla) por su afán en averiguar la ideología política de sus vecinos y denunciar a los liberales.

La denominada regencia de Urgel (formada por el Marqués de Mataflorida, el obispo de Tarragona -Jaime Creus Martí- y el barón de Eroles -Joaquín Ibáñez-), durante el Trienio liberal; y la formación de partidas absolutistas en zonas especialmente propicias (como las denominadas Los Apostólicos), en distintos momentos del reinado de Fernando VII; antecedieron a la posterior movilización de las fuerzas sociales reaccionarias (es decir, contrarias a la Revolución Liberal o defensoras de la continuidad del Antiguo Régimen) durante la Primera Guerra Carlista.

Paradójicamente, el absolutismo español, identificado con el carlismo o tradicionalismo terminó identificándose con el respeto a los fueros (del inicial lema Dios, Patria, Rey, se pasó al Dios, Patria, Fueros, Rey).

Absolutistas y moderados

Un destacado grupo de aristócratas, siguiendo la tradición de los jovellanistas, se esforzaron por reconciliar la corriente absolutista con los liberales más moderados. Estuvieron representados por figuras como Carlos Martínez de Irujo (marqués de Casa-Irujo), Narciso Heredia (conde de Ofalia y marqués de Heredia), Pedro Alcántara (duque del Infantado) y Francisco Cea Bermúdez.

Otra corriente que convergió con el moderantismo desde posiciones tradicionalistas fue la de los neocatólicos (Marqués de Villuma, Jaime Balmes, Donoso Cortés).

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